miércoles, 26 de marzo de 2008

Una mirada distinta

Esta quizás sea una mirada distinta a la del resto de ustedes con respecto a Claudio. El por qué de ello radica en quién soy y, sobre todo, cómo nos conocimos. El quién soy, realmente, hoy parece irrelevante, mientras que el cómo nos conocimos es una contingencia meramente laboral. Verán ustedes, yo soy parte del Estudio desde hace poco más de ocho meses, por lo tanto mi primer contacto con él fue estando ya enfermo y luego de padecer aquella crisis que presagiaba lo que dolorosamente se cumplió un 19 de marzo. Uno podría argumentar que, en comparación con la mayoría de los escribientes, mi relación con él ha sido no más que unos renglones en el libro de su corta pero larga vida. ¿Cómo poder hablar de él con conocimiento de causa si creo que con los dedos de las manos puedo contar los momentos en que efectivamente compartimos la oficina? Y sin embargo, él tenía esa cualidad. El hecho de haberme sentado diez o quince veces para escuchar sus estrategias o sus puntos de vista con respecto a tal o cual asunto (siempre el del otro lado, al que teníamos que contestarle, terminaba siendo "un pelotudo") me enseñaron más que años en la facultad. De una claridad mental que yo nunca antes había visto, siempre tenía la palabra justa para dejarlo a uno sin palabras, para terminar la discusión haciéndolo ver a uno como un "pelotudo".
Insisto: quizás no soy el más adecuado para hablar de él, pero el sentimiento que claramente hacía nacer en todos aquellos a los que conocía no me es ajeno. Siguiendo la línea de lo que cuenta Marcela, voy a abrir las puertas del Estudio un ratito para que vean cómo se manejaba él con sus empleados. La última vez que estuvo aquí (agradezco a Dios la posibilidad de haberlo visto ese día de enero pues fue la última vez que pude hacerlo cara a cara), en un momento dado, se acercó a mi escritorio, arrimó una silla y, señorial y barroco como sabía ser, me dijo que tenía que hablarme sobre una decisión que había tomado el Estudio. "Acá me echaron", dije yo. Luego de que mi corazón se acelerara a mil pulsaciones por minuto, y un poco jugando conmigo, se decidió a hablar. La cuestión en sí versaba sobre quién iba a acompañar a Viviana a un Congreso internacional, recayendo la oportunidad en Marcela. Lo notorio no fue la decisión en sí sino que Claudio, cabeza y jefe del Estudio, se tomó la molestia de venir, comentármelo y pedirme PERDÓN por no darme a mi esa oportunidad de ir (oportunidad que nunca se me cruzó por la cabeza, podía recaer en mi persona).Así era Claudio en el trabajo, y por los comentarios que he ido escuchando en todo este tiempo, así era Claudio en la vida.
Marcó la vida de todos los que tuvieron algún contacto con él, y es por eso que no se nos fue, sino que vive en sus textos, en sus obras, en sus Cartas Documento (imaginen recibir una en la que se cita al Macbeth de Shakespeare!!!) y sobre todo en su mujer y sus hijos.
Cómo te vamos a extrañar, Jefe!!
Juan

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